lunes, 26 de diciembre de 2011

Los testículos de la discordia


Me quedo más tranquila: según este artículo la infidelidad es natural, no somos monógamos por naturaleza y hombres y mujeres por igual podemos sentirnos atraídos por alguien que no es nuestra pareja, y tirarnos una cana al aire. O tener un/a amante. Y todo eso está íntimamente relacionado, aunque no lo crean, con el tamaño de los testículos humanos. Si no me creen, lean la nota completa. tal como apareció publicada en La Vanguardia, de México.
Pero entonces, ¿por qué la idea de la fidelidad, o mejor dicho de la monogamia, que es algo cultural, se ha impuesto con tanta fuerza entre nosotros? ¿Por qué la infidelidad duele tanto? ¿Por qué seguimos soñando con el amor "para toda la vida"), ilusión que a estas alturas de la civilización sabemos que es insostenible?
Y sobre todo, ¿por qué las separaciones que se producen cuando alguno de los dos abandona al otro son tan problemáticas, tan agresivas? Si la infidelidad es natural, no debería asombrarnos que alguien nos sea infiel...
¿Será que nuestra mente consciente está actuando a contramano de nuestra naturaleza, y trata de imponer un modelo cultural, o social, que no tiene nada que ver con lo que nuestros cuerpos y nuestras hormonas quieren?
¿O será porque nos olvidamos de que tenemos una mente, y un espíritu, que deberían ser quienes de verdad llevaran las riendas de nuestras vidas?
Les dejo la inquietud.

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jueves, 22 de diciembre de 2011

La infidelidad como daño moral



Ayer leí una noticia que me llamó mucho la atención: un juzgado condenó a un hombre infiel a pagar $ 35.000 a su ex mujer por daño moral.
Más allá de la importancia de la suma, creo que lo trascendente de este fallo es que puede servir para hacerle tomar conciencia a los infieles de que hay cosas con las que no se juega.
Quienes hemos sufrido en carne propia la infidelidad de nuestra pareja sabemos cómo y cuánto duele, y cómo disminuye la autoestima. Y que además del daño afectivo la infidelidad produce también un daño moral... sobre todo si se entera todo el mundo, como suele ocurrir cuando el infiel tiene una conducta promiscua o despreocupada.
No es lo mismo limarse los cuernos a solas después de enterarnos de que nuestro hombre tuvo una aventura a 3000 kilómetros de distancia y en un lugar donde no lo conoce nadie, que tener que enfrentar a los amigos, familiares y compañeros de trabajo después de haber sido una la última en enterarse de que él está "de novio" hace más de un año con una compañera de oficina.
No es lo mismo sentir una pequeña prominencia en la frente luego de que él tuviera una escapadita discreta, un "toco y me voy", que enredarse en los árboles de la vereda por culpa de una cornamenta igualita a la de un ciervo embalsamado, fruto de la doble vida del infame.
No es lo mismo. El orgullo herido, la sensación de sentirse observada, compadecida o criticada son mucho más fuertes cuanto más estado público haya tomado la infidelidad. Y eso es lo que muchas veces los hombres no entienden: que si fueran lo bastante discretos como para que nadie se entere, no pasaría nada, porque ¡ojos que no ven, corazón que no siente!
Me parece auspicioso que se empiece a condenar a los infieles desfachatados, esos a los que parece no importarles nada el sufrimiento de su pareja. No se trata de prejuicios, ni de venganza, ni de nada parecido; la cuestión, a mi modo de ver, pasa por hacerle recordar a algunas personas el significado de la palabra RESPETO.
RESPETO por el otro y sus sentimientos.
RESPETO por el vínculo, por la palabra empeñada.
Y cuando hay hijos, RESPETO por una institución que merece todo nuestro cuidado y protección: la familia.
RESPETO, señores (y señoras) infieles. Simplemente, respeto.


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