Frente a la sobrecarga emocional y el estrés que generan la separación o el divorcio, nada como la meditación y la respiración consciente para sentirnos mejor sin ningún esfuerzo... ¡y sin gastar un peso!
Mucha gente asocia la meditación con los monjes budistas, o con hindúes esqueléticos que parecen flotar sentados sobre una alfombra, o con yoguis que se quedan horas cabeza abajo, pero lo cierto es que la meditación, en cualquiera de sus formas, se está volviendo cada vez más popular.
Y no es para menos. En primer lugar, porque meditar es algo que está al alcance de todos. Y en segundo lugar, porque sus beneficios son realmente espectaculares.
No hay una sola manera de meditar, es más, hay muchísimas. Se puede meditar en silencio o con música, al amanecer, antes de dormirse o al mediodía. Se puede meditar en el balcón o en el baño de la oficina, en una habitación herméticamente cerrada o a la orilla del mar, acostado sobre una esterilla o sentado en el inodoro. Se puede meditar mirando una vela o dejándose llevar por el humito caprichoso del sahumerio. Contando de cien a cero, hacia atrás, concentrándose en el tic-tac de un reloj o visualizando un paisaje.
Todas las técnicas son efectivas, siempre y cuando se las practique a conciencia. Y se las convierta en un hábito.
Si nunca has meditado, este puede ser un buen momento para empezar a hacerlo. Yo utilizo esta técnica, que es muy sencilla y que te puede servir para iniciarte:
Pide que no te molesten por un rato y siéntate en un lugar tranquilo con la espalda derecha, sin cruzar las manos ni los pies, las palmas apoyadas sobre los muslos.
Respira profundo por la nariz tres o cuatro veces con los ojos abiertos. Luego cierra los ojos y sigue respirando con tranquilidad, lento y no demasiado profundo para no marearte. Inspira, espira, sintiendo como el pecho se expande para dejar entrar el aire, y luego se contrae para impulsarlo a salir.
Concéntrate en tu respiración, y si te vienen otros pensamientos simplemente déjalos pasar y vuelve a concentrarte en tu respiración, en el aire que entra y sale de tus pulmones.
Tómate aunque sea cinco minutos; lo ideal sería que fueran diez, quince, o veinte.
Cuando abras los ojos estarás más serena y relajada. Y si te acostumbras a hacerlo todos los días, pronto notarás que tu mente está más flexible, más clara, más positiva, más dispuesta a comprender y perdonar, y que los pensamientos negativos son cada vez menos frecuentes.
Además de meditar, también puedes practicar la respiración consciente todas las veces que te haga falta.
Unas cuantas respiraciones profundas te ayudarán a despabilarte, a controlar la ira o el miedo, a volver concentrarte en lo que estás haciendo, a ordenar tus ideas.
La próxima vez que tengas que encontrarte con tu ex para tratar asuntos sobre los que no consiguen ponerse de acuerdo, camina hacia él respirando profundo y tratando de dejar tu mente en blanco. Lo mismo puedes hacer cuando vayas al juzgado, o a ver a tu abogado; te sentirás mucho más confiada, y con más deseos de dialogar que de discutir.
Respira profundo cada vez que lo necesites... pero eso sí: ¡procura descansar de vez en cuando con algunas respiraciones superficiales, para no desmayarte por el exceso de oxígeno!