INTRODUCCIÓN
I) ¿Qué es ser RECIÉN SEPARADA?
II) Cómo nació este libro
III) Por qué hay que leer este libro
Cuando hablo de RECIEN SEPARADA no pienso solamente en las
casadas con libreta, que se creyeron eso de "hasta que la muerte los
separe" con una inocencia tirando a retraso mental.
Me refiero, respetuosamente,
a toda mujer que ha estado varios años con un hombre y que lo amó, lo soportó y
lo acompañó en buenas y malas, en la salud y en la enfermedad, y en todo lo que
dicen los curas y los jueces cuando casan a la gente. Sin hacer diferencia
entre esposa legal, novia eterna, amante escondida, “la otra” o señora de hecho
y sin papeles, porque creo que el dolor frente a una separación es el mismo.
Puede que tenga hijos con ese hombre, o no. Que hayan vivido bajo el mismo
techo, o no. Que se hayan amado locamente, o no. Basta que una se sienta RECIEN
SEPARADA para serlo, lo demás son agravantes o atenuantes.
Ser RECIEN SEPARADA es,
entonces, ni más ni menos que un estado de ánimo.
Y como tal, puede durar una
semana, un mes, un año o toda la vida, depende del tiempo que una necesite para
tomar conciencia de que ese señor ya no es su pareja, ni volverá a serlo jamás,
y que se las tendrá que arreglar como pueda hasta que se consiga otro, o hasta
que deje de amarlo, o hasta que él se muera y una no pueda seguir fantaseando
con la idea de la reconciliación. O
hasta que el buen hombre se case con otra y se deje de embromar tratando de
reconciliarse, que los hay.
Pero así dure una semana o toda la vida, ser RECIEN SEPARADA (de
aquí en más, abreviamos: R.S. erre ese) es duro.
Es morder el polvo de la
derrota, masticarlo y tragarlo.
Es sentirse como un toro
lleno de banderillas, como una vaca en el matadero, como una huerfanita
pidiendo limosna, como una estúpida, como un bicho bolita.
Es sentir TODOS los dedos de
TODA la gente del mundo apuntando hacia una, y sus murmullos de mil decibeles
en estéreo sobre nuestros cuernos, nuestros defectos o nuestra sufrida dignidad
para seguir manteniendo la cabeza en alto.
Es soportar la mirada
burlona de las otras mujeres que AÚN no se han separado; esa mirada altiva,
despectiva, impiadosa e insoportablemente sobradora.
Es soportar también la cara
de espanto (o alivio) de nuestros viejos, y las palmadas cómplices de algunas
separadas que nos dan la efusiva bienvenida a la hermandad de las Carmelitas
Con Zapatos pero SIN MARIDO.
Ser R.S. es duro y una se siente mal, muy mal.
Entonces tal vez recurre a un psicólogo, quien en lugar de hacerla
sentir bien ya, ahora (eso es lo que una busca, ¿no?) prefiere hurgar en su
inconsciente, y el muy sádico escarba hasta que desentierra una punta de
traumas que una ni sospechaba. Se entera
así de que inconscientemente quisiera asesinar a sus hijos, violar a su papá y
castrar al marido de su mejor amiga. Y como no se anima, sublima todo eso tan
horrible y se vuelve estreñida, o asmática, o le salen esas manchas tipo lepra
virulenta.
Al descubrir todo esto, huye
espantada.
¿Y dónde va después? Tal vez
se va a hablar con un cura, que no sabe lo que es estar separado porque se
supone que son castos y célibes. Y que puede ayudarla mal y poco, en
consecuencia. O corre a tirarse las cartas, creyendo que con un poquito de
magia negra, un calzoncillo viejo y unos pelos del pubis de su ex todo va a
andar mejor. El calzoncillo no sería problema, seguro que él alguno se olvidó.
Pero según la bruja sin los pelos del pubis no hay tutía. Busque, busque. Si con la excusa de la
depresión no limpia desde que él se fue, tal vez alguno encuentre. En los pies
de la cama, ahí, entre la tierrita...y si él durmió desnudo hasta el último
día, por supuesto.
Mientras intenta algo de lo anterior se va a la peluquería, al
cine, a caminar, o a perseguirlo a ÉL, a ver que hace. La desesperación da para
todo.
Supongamos que sale a
caminar, que es sano y gratis. Pasa
entonces frente a una librería y ve allí, en la vidriera, un montón de manuales
de autoayuda, autosuperación, autosugestión o autodestrucción, como sea que se
llamen. Todos escritos por norteamericanas, españolas, francesas o alemanas,
que se las saben al derecho y al revés. Algunos
son buenísimos, sí, pero creo que imposibles de llevar a la práctica para una
R.S. latinoamericana, o sea subdesarrollada y tirando a pobre como somos casi
todas las nativas de este absurdo y amado continente.
Y acá le cuento como nació mi libro.
¡Ja, porque te colgaron la galleta!, dirá usted, que piensa con
las dos últimas neuronas que aún le funcionan.
Porque la depresión post-separación es como que a algunas les daña el
cerebro, ¿vio? No sea ordinaria... Y
saque el dedo de la llaga, ¿quiere?
Bien, prosigo. Mirando una
vidriera, viendo esa verdadera invasión de manuales de autoayuda, me dije:
¿Por qué los de afuera se
las saben todas?
¿Por qué esa especie de
cholulismo literario congénito que nos hace creer que los extranjeros son más
inteligentes y evolucionados que nosotros?
¿Por qué no buscar
soluciones autóctonas para nuestros conflictos y rayes autóctonos?
¿Por qué no algo menos
académico, menos psicológico, menos científico pero más humano, algo así como
un libro con pantuflas, no para leer sentado en la sala tipo lord inglés, sino
entre mate y mate en la cocina?
Fue entonces que pensé en
escribir un libro nuestro, mío, con defectos y virtudes argentinos como Gardel,
Sarmiento, Maradona, Evita y el malambo, como el dulce de leche, el locro y el
puchero, pero que le pudiera servir también a las R.S. de toda Latinoamérica, y
por qué no, ¡de todo el mundo!
La idea me gustó tanto, que
lo escribí.
Y es así como hoy, mi
sufrida R.S., tiene usted al alcance de su mano este humilde libro, escrito por
una mujer tan latinoamericana, tan recién separada y tan subdesarrollada y
tirando a pobre como usted. Por alguien que es como su alma gemela.
¿Qué lo diferencia de otros libros
parecidos? Que en éste hay AMOR, amor por la vida, por los hijos, por el ex,
por los vínculos sanos. Es el tipo de amor que lleva al perdón, a la
comprensión. El amor que tanta falta nos hace, pero que muchísima gente se
niega la posibilidad de experimentar.
Ese amor, que atraviesa todo el libro, a
veces camuflado detrás de una ironía punzante y otras indisimulable en los pasajes
más tiernos, no es casual. Es el amor con que yo vivo, el amor con que me
relaciono con mi gente, el amor que me permito sentir y dar porque me gusta
hacerlo, porque he comprobado que vivir con amor, y perdonar, y comprender, me
hacen muy, muy bien.
Este es un manual de autoayuda en serio, pero escrito en broma.
Entréguese ya mismo a la lectura y verá que su vida cambiará.
Encontrará sentido a su opaca existencia, a su paso intrascendente por el
mundo, a su devenir sin futuro y sin pareja, a su soledad negra y
agobiante. Será una mujer NUEVA. La mejor.
En resumen, mi amiga: déjese de joder, ríase un rato y
piense un poco, que ya lloró bastante. La espero en el epílogo, que será el
broche de oro de su reconstrucción moral y espiritual. Respire hondo, aflójese
la ropa, y aunque no tenga muchas ganas... Lea. Piense. Medite.
Pero por sobre todo
permítase tomarse las cosas con humor, porque el humor y la alegría también son
algo serio.
I
EL ESTADO DE ÁNIMO DE LAS R.S.
Si bien ser R.S. es un
estado de ánimo, a su vez una pasa por distintos sub-estados de ánimo. Parece
complicado, pero no lo es. Le explico.
Según
pasan las horas del día y de la noche, la R.S. puede llegar a sentirse:
a)
Eufórica
b)
Aliviada
c)
Nostálgica, ligeramente deprimida
d)
Furiosa, con instintos homicidas
e)
Destruida, con ganas de morirse
f)
Sola, fea e indeseable
g)
Desesperada y sin un peso
h)
Abúlica, bulímica, neurótica, psicótica, muy joven, muy vieja, apática,
ansiosa, agnóstica, mística, lógica, estúpida, y muchas cosas más terminadas en
ICA, OSA, IDA, como ser monstruosa, desvaída o escéptica.
i)..............
(Complete con su estado personal, si no figura más arriba)
A su vez, cualquiera de estos estados de ánimo es directamente
proporcional con cualquiera de estos hechos, reales y concretos.
A saber:
1) La causa de la ruptura.
2) El sentimiento que le despertaba ÉL.
3) La habilidad y/o dimensiones de lo que va a extrañar (o no,
depende). Una puede extrañar sus ojos,
su boca, sus manos, sus rodillas, sus orejas y hasta sus bigotes, su
inteligencia, su ternura o sus golpes; pero le apuesto cualquier cosa que no es
nada de esto lo que más va a extrañar si es una mujer sanita y normal.
4) El dinero que le sobraba, le faltaba o le alcanzaba justo
hasta fin de mes.
5) Los parientes (políticos y propios). Esa especie de
verdugos medievales para unas y de aliados incondicionales para otras, pero
siempre un problema en estos casos.
6) El status que pierde o que gana.
7) Las posibilidades estadísticas, milagrosas o lógicas de
conseguir otro hombre. O en su defecto,
otro trabajo donde gane el doble.
8) La cantidad de hijos, de años, de arrugas, de traumas, de
deudas o de bienes que tendrá que aguantarse, de ahora en más, SOLA y como
pueda.
Es importante comprender como todo lo arriba enumerado (los estados
de ánimo y los hechos concretos) se relaciona íntimamente hasta formar una
telaraña que atrapa a la R.S.
y le quita las ganas de vivir, la paraliza, la idiotiza y la deja sumida en un
profundo estrés, del que emerge arrugada como ciruela pasa, con ojeras y
algunos rollos o esquelética como un faquir.
Y hay que aclarar, también, que el estado de ánimo de una R.S.
nunca es uno sólo. Lo más probable es que se le presenten los arriba enunciados
todos juntos, y otros más, y que cambien cada cinco minutos, haciéndola sentir
como acunada por un secarropas.
Para mejor ilustración
veremos algunos ejemplos.
Tomaremos como base el punto
1): la causa de la ruptura. Le
iremos entretejiendo los distintos estados de ánimo (a, b, c, d,
etc.) para formar historias con las que usted pueda llegar a identificarse.
Esto le ayudará a ver que no está sola en el mundo con su separación a cuestas,
porque a muchas ya les pasó lo mismo y a otras muchas le está por pasar, y
hasta peor que a usted. Vaya sabiendo, amiga, que el ser humano está condenado
a no ser original ni siquiera por sus problemas. Nadie es el centro del
universo, ¿por qué iba a serlo usted, entonces? Y nada de pucheros, por
favor. Guarde la histeria para el resto
del libro, que le va a hacer falta.
Vamos a los ejemplos:
CASO I
(Sumamente frecuente)
Infidelidad masculina
ÉL estaba muy bueno, al
menos para una. El motivo de la separación fueron los cuernos que la pobre se
negó a seguir luciendo más o menos dignamente.
Ya fueran cuernos de alce,
que ponían en peligro los ojos de todo el que pasara a menos de dos metros, o
simples cuernitos de panadería, lo cierto es que un día lo pescó bien de frente
y presa de la FURIA
homicida (estado de ánimo “d”, ¿me sigue?) le grita ahí mismo, desfigurada de
odio y con ganas de enterrarlo vivo, cortarle los testículos con un serrucho
oxidado y arrancarle el cuero cabelludo con un pelapapas (ya me embalé, perdón.
¿Por dónde íbamos? Ah, sí, que grita): ¡¡¡BASTA!!!
Basta de excusas estúpidas, de viajes de negocio al Caribe secretaria incluida,
o de apretadas a la rubia de enfrente en el baldío de al lado (cada uno con
su status). ¡¡¡BAS - TA!!! ¡¡¡SE TERMINÓ!!!
¡BRAVO! ¡BRAVÍSSIMO! Una se siente la mujer más fuerte del mundo,
la más incorruptible, casi EUFÓRICA (estado de ánimo “a”), la que se juega sin
concesiones, todo o nada: "Me tomás
o me dejás. Te las tomás o te
quedás. Pero de ahora en adelante mando
yo. Mejor moríte, andáte, acá tenés tus porquerías (y se las tira fuera de
la casa para regocijo de las chusmas del barrio). Acá
tenés tus medias con olor a pata, que te las lave "esa", si se
anima. Acá tenés las camisas sin botones
y los slip corridos, que te los cosa "esa", si es que sabe. ¡Pero qué
va a saber esa tarada, esa descerebrada! Chiquito, "esa" lo único que
sabe es mover el traste, y conste que no digo culo porque soy una mujer
fina. "Esa" no es como yo que
estudié piano, danzas árabes, decoración de tortas, repujado artístico,
filosofía, geología, horticultura, astronomía, dactilografía, flauta dulce,
derecho, y renuncié a una beca en Harvard por tu culpa. Andáte, no me toques,
me das asco, ¡FUERA! ¡FUERAAAA! (Insulto más, palabra menos, esto es lo que se
dice en estos casos, ¿no?)
Pero he aquí que de bien que una se siente, digamos ALIVIADA
(estado de ánimo “b”) por haberse sacado de encima semejante basura, de golpe
se acuerda de cómo hacía el amor el muy cretino. De cuando la abrazaba recién
bañado, con olorcito a limpio y ganas de ensuciarse traspirando juntos... De
que hace una semana cambió el auto, lo ascendieron, o algo así. Empieza entonces a sentirse NOSTÁLGICA Y ALGO
DEPRIMIDA, (estado de ánimo “c”, ¿me
sigue?).
Si en ese ínterin un señor
buenmozote y galante, o un señor a secas, le dice un piropo, se pondrá
nuevamente EUFÓRICA (vuelta al estado de ánimo “a”, pero por otra causa). Y le
darán ganas de darle las gracias a los gritos, colgársele del cuello o
arrancarle la ropa con los dientes, todo de lo más fino y delicado...
especialmente en medio de la calle, en un ascensor, un bar, una oficina, un
banco o cualquier otro sitio donde los hombres suelen decir piropos muy
cobardemente, para luego esfumarse entre la multitud. Y no se haga la mosca muerta: con la depresión
que arrastra, sería capaz de pedirle al pobre que la invite a tomar un café,
aunque más no sea. Y que le preste el hombro para llorar un ratito, que no hay como llorar
manchando un traje para sentirse bien.
Y si enseguida piensa que Él, su ÉL, andará
con su nueva conquista por ahí gastando en restaurantes, regalitos, paseos...
le volverá ahí mismo la FURIA
homicida (estado de ánimo “d”, como cuando le dio la cana, pero más
fuerte).
Y si arriba
le cae de visita su ex-suegra y le dice: "Pobre nene, lo que pasa es que las mujeres están hechas unas locas,
tendrías que haber hecho la vista gorda y listo, porque él a vos te quiere, bla, bla, bla”, (o
algo parecido) más FURIA homicida.
Y si la
santa madre que lo parió y lo malcrió pasa su dedo por los muebles, que lucen
la tierra de unos cuantos días, y mira disimuladamente debajo de la cama por si
hay alguien escondido, desatará una catarata, una erupción incontenible de más
FURIA homicida cuya onda expansiva alcanzará a todos sus parientes políticos.
Pero por sobre todo a ella que lo gestó para desgracia suya, que ahora es R.S.
por su culpa; sobre todo a ella que, aunque lo disimule y se rasgue las
vestiduras con su mejor estilo tragedia griega, le aseguro que en el fondo está
loca de alegría. Recuperó al bebé, ¡que le parece! Y seguro que ahora lo está
atosigando con milanesas, papas fritas y huevos fritos, de esos que usted nunca
le hacía para no enchastrar toda la cocina.
Mejor, así lo engorda como pavo para las fiestas y no lo mira nadie,
porque bonito no es, y arriba gordo...
Sigamos con lo nuestro.
Si de yapa los chicos lo extrañan, el perro no come porque también
lo extraña, y todos miran con un nudo en la garganta su silla vacía frente al
televisor apagado, entonces sí, mi amiga, se sentirá realmente DESTRUIDA Y CON
GANAS DE MORIRSE (estado de ánimo “e”).
Y así hasta el infinito.
Para hacerlo más gráfico:
haga de cuenta que es un repasador y a lo largo del día la lavaron, la
centrifugaron, la plancharon, la usaron para secar los platos, le quemaron una
punta, la empaparon con salsa, le pusieron lavandina y hasta algún distraído la
metió en la licuadora y la convirtió en mayonesa diet. ¿Duele, no?
Y ni qué hablar de noche.
Cuando todos se duermen menos una, porque la cama es grande, es inconmensurable
como el cielo, el espacio y los agujeros negros y todas las galaxias juntas... salvo si hace 40 grados y él pesaba
150 kilos, transpiraba como un estibador, roncaba en estéreo y pretendía
tenerla abrazada toda la noche. En ese caso, debería sentirse no sólo ALIVIADA
sino francamente agradecida de su destino. Literalmente hablando, se sacó usted
un peso de encima.
CASO II
(Cada vez más frecuente)
Infidelidad femenina
Él era medio gil, ni fu ni
fa, buenudo, pero vaya a saber cómo se dio cuenta de que usted le era
infiel.
Aquí la causa de su
separación es totalmente obvia; la de sus deslices, no tanto. Puede ser porque él trabajaba demasiado y
hasta era un buen tipo, pero la tenía descuidada, era poco romántico, hacía el
amor rápido y mal, le daba la espalda y se dormía enseguida, mientras usted no
sólo no podía conciliar el sueño sino que caminaba por el techo con su libido
insatisfecha a cuestas. Puede ser porque el pobre era hombre de pocas palabras
y menos ternura que una piedra pómez y usted, tan novelera, tan poco sensata,
se desarmó ante el primer atorrante que le dijo algo lindo al oído. Siempre hay
algún motivo, alguna explicación.
Lo malo es que estos hombres cuyas esposas tienen el descaro de
adornarles la frente con protuberancias varias (no diré el término que se les
aplica porque no quiero herir susceptibilidades), estos hombres, decía,
normalmente son buenos proveedores del hogar. Se matan trabajando para que a
los suyos no les falte nada sin darse cuenta de que termina faltando su
presencia. Y a su mujer le dan de todo menos diálogo y sexo, que es lo más
necesario en la pareja. No sólo de pan
vive el hombre, dice el refrán; hay otros apetitos y otra sed que no calman la
plata, los viajes, ni una casa equipada a todo lujo. Y que tarde o temprano se
desatan, y la señora seria y de su casa, famélica de amor, sedienta de pasión y
desnutrida de placer, tira todo a la mier…
y se manda un empacho de lujuria, aunque después la culpa le desintegre el
hígado.
Prosigo. Quedamos en que
ellos se matan trabajando (o al menos lo aparentan, porque más de un congreso,
cena de negocios o conferencia son sólo el principio de la farra. Después hay
que aflojarse: minas, tragos y otras yerbas...) Y como "se matan"
trabajando, siempre están cansados. Cualquier inicio de conversación se ve
inmediatamente interrumpido por un ataque agudo de bostezos. Y como es muy difícil motivar a alguien que
empieza a roncar antes de quedarse dormido y se queda dormido antes de
acostarse, no hay más remedio que buscar afuera lo que no se consigue en casa.
Esa es la excusa que ponen
siempre ellos; ¿por qué no puede usarla una mujer, entonces? Porque no puede y punto. Pruebe, si no me cree.
Lo más probable, si es este su caso, es que aparte de todos los
demás estados de ánimo deba soportar el de encontrarse de patitas en la calle,
porque el buen proveedor de su hogar le cortará los víveres sin contemplaciones
(usted le haría lo mismo, ¿o no?). Tal vez, si hay hijos chicos y si él odia el
escándalo, consiga quedarse con la casa, pero ni sueñe con sacarle algo
parecido al dinero. No se sentirá SOLA, FEA E INDESEABLE (estado de ánimo “g”)
porque todos los hombres del barrio harán cola en su puerta. Pero salvo que les
cobre, sabrá lo que es estar DESESPERADA Y SIN UN PESO.
Nadie le creerá que él se buscó los cuernos: ni sus parientes, ni
los vecinos, y mucho menos las maestras de sus hijos. Si él la perdona, no se reconcilie: nadie en
toda la ciudad, y mucho menos él, olvidará lo sucedido, y se lo harán saber,
más o menos sutilmente, por el resto de sus días.
Saque pecho, reconozca que le salió el tiro por la culata, y
asegúrese de que el próximo la llene de verdad, si es que ahora por fin sabe lo
que es pasarla bien. Consuélese pensando que otras mueren sin saberlo. Y a no llorar por el paraíso perdido, porque
sin un Tarzán para ir de liana en liana, con el taparrabo al viento y todo a
mano, el paraíso será cómodo pero es muy aburrido.
CASO III
(Tristemente frecuente)
Amores que matan
Primero fue un grito,
después un empujón, después una cachetada, a la que muy pronto siguieron otras.
Enseguida, la cosa pasó a mayores: ojos en compota, moretones por todo el
cuerpo que usted se empeñaba en ocultar de la mirada ajena con excusas como “me tropecé y pegué contra la punta de la
mesa”, “me llevé por delante una
baldosa floja y me caí…” Tal vez lo denunció para intentar frenarlo, tal
vez no se animó. Tal vez alguien se dio cuenta de lo que estaba pasando y le
ofreció ayuda. Tal vez muchos se dieron cuenta, y miraron para otro lado por
miedo, por comodidad o por indiferencia.
Hasta que un mal día,
sucedió lo peor: él la quiso matar. La corrió por el barrio con una cuchilla de
carnicero, intentó estrangularla o le tiró un cable pelado en la bañera
mientras usted tomaba su baño de sales. Cada uno con su estilo.
Sin entrar en detalles sobre
por qué usted despertó en ese hombre la imperiosa necesidad de eliminarla,
digamos que todo ser vivo tiene derecho a eso, a estar vivo, más allá de las
molestias que pueda causarnos. Gracias a ese principio humanitario sobreviven
mis vecinos, sus hijos y sus perros, a pesar de que a veces no me dejan dormir
o me cortan la inspiración cuando estoy escribiendo, con tanto bochinche. Pero
uno es buena gente, y no los mata por tan poca cosa.
Entonces: o él está muy, muy loco, muy enfermo, o usted es muy, muy
mala, es una yarará, o una sanguijuela. En el próximo capítulo podrá
descubrirlo, si aún no lo sabe. Pero sea como sea, nada justifica la violencia
física ni verbal. NADA. Y todos, hombres y mujeres, deberíamos decirlo frente al
espejo 100 veces por día, hasta que se nos aprenda de memoria. NADA JUSTIFICA
LA VIOLENCIA.
Lo concreto es que, si usted
se separa porque él quiso matarla, sus estados de ánimo irán del terror al
alivio, de la euforia al pánico, pasando por la desesperación de no tener un
peso porque si él quiso asesinarla no creo que le traiga gentilmente un sobre
con la cuota alimentaria todos los meses. Si se lo trae, ¡no lo abra! Llévelo a la Brigada de Explosivos, por
las dudas.
Y pida custodia las 24 horas.
Si usted es un poquito inconsciente, puede hasta disfrutar fantaseando con que
es un personaje importante del jet-set
y por eso tiene un policía en la puerta, para que no la molesten los cholulos.
Pero si es bien consciente, y pensando que el miedo no es zonzo, yo le
aconsejaría que lo más efectivo en estos casos es poner distancia con su ex.
Distancia emocional y
física. Unos dos mil kilómetros, digamos, cambio de identidad y de rostro
incluidos. No olvidemos que el asesino siempre vuelve a la escena del crimen,
sobre todo si se quedó con las ganas. Váyase a Singapur, al Congo o a Siberia,
y si no tiene plata para tanto disfrácese de monja, o escóndase un tiempito en
una villa de emergencia (tiene para elegir) haciéndose pasar por asistente
social o voluntaria de UNICEF. Cualquier
cosa con tal de que no la encuentre.
Lo más lamentable de este caso es que, aun contra su voluntad,
puede llegar a sentirse NOSTÁLGICA, porque para masoquistas las mujeres somos
únicas y además, los psicópatas son muy seductores. Paciencia. Hombres que
hacen sufrir hay a montones, seguro que otro encuentra si eso es lo que
quiere... aunque sería mejor que buscara ayuda para no tropezar dos veces con
la misma piedra. A veces, no se puede salir sola de estos vínculos enfermos.
Pero si ya escarmentó, al
próximo le pide pasaporte, Cédula Federal, certificado de buena conducta,
fotocopia de informe psiquiátrico completo y de este año. Y se asegura de que
no sea de la pesada, mercenario, boxeador, karateca, policía ni militar, activo
o retirado (portan armas...).
(A todas, alguna vez, nos pasó algo así)
El príncipe que se convirtió en sapo
Lo que no se ve durante el
noviazgo, inevitablemente sale a relucir con la convivencia. Y esto puede
derivar en una de las causales de divorcio más esgrimidas, y la más ambigua por
todo lo que puede abarcar: la incompatibilidad de caracteres.
Sin palabras. ¿Sin palabras? No,
señora. Hay una explicación, y es de lo más lógica. Lo que pasa es que al
principio ambos están tan ocupados tratando de atraerse mutuamente que no se
dan cuenta de que son agua y aceite, y además mienten como si decir la verdad
fuera pecado. Si ella se enteraba de que a él le gustaba Wagner, ella AMABA a
Wagner aunque no supiera quién era ese tipo. Si él se enteraba de que ella
amaba los gatos, él los ADORABA, aunque después estuviera tres meses lleno de
canchas porque en realidad les tenía alergia. ¿Una contradicción? Jamás. ¿Opiniones distintas? Nunca, nunca. El
uno para el otro, el talle justo, la medida exacta y una eterna sonrisa como de
propaganda de dentífrico cada vez que se encontraban.
¿Cómo
no iban a separarse, entonces? Si su
relación, pasado el entusiasmo inicial, la luna de miel o cualquier hecho que
los haya forzado a despertarse y
acostarse juntos por más de una semana, fue una larga pelea a quinientos
rounds, a saber:
Beethoven
vs. Cumbia
Borges
vs. Revista Hola
Fútbol
vs. Ballet
Higiene
vs. Mugre
Glamour
vs. Ordinariez
Neurosis
vs. Psicosis
Champagne
vs. Agua mineral
Con dos
frazadas vs. destapado
Con
luz vs. Sin luz
Con
hijos vs. Sin hijos
Ultraderecha
vs. Izquierda intelectual
New Age vs. Heavy metal
Ravioles
con tuco y crema vs. zanahoria rallada
Y
muchos "versus" más, tantos como "versos" se hicieron
mutuamente al iniciar su romance.
Moraleja: no hay como ser amado tal
como uno es, y no ser como uno cree que debe ser para que lo amen, ¿me explico?
La INCOMPATIBILIDAD DE CARÁCTERES,
entonces, no es más que una mentira mutua del tamaño de un meteorito, que tarde
o temprano cae por su propio peso. Casi siempre encima nuestro, para hacernos
reaccionar. Como la manzana de Newton.
Todos, pero todos los estados de ánimo de una R.S. la invadirán,
más otro aún peor: el de no saber con quién, realmente, estuvo viviendo estos
últimos años:
¿Quién era ese energúmeno
que pegaba puñetazos en la mesa si no le servía el bife a punto? No era, sin duda alguna, el mismo hombre
enamorado que saboreaba sus bizcochuelos crudos y decía (si lograba tragar un
bocado sin ahogarse): "¡qué
manjar!".
¿Quién era esa bestia maloliente y
barbuda que se acostaba últimamente en su cama, y la violaba todas las noches
sin preámbulos, sin precalentamiento y sin desodorante? No era el mismo
caballero pulcro, recién afeitado y mimoso de años ha.
¿Quién era ese gorila autoritario
que ponía el televisor a todo volumen y exigía silencio a los gritos mientras
usted tomaba un cafecito (muda de terror) con la única amiga que osaba
visitarla? No era, de ningún modo, el
galán que tenía a flor de labios el piropo adecuado para cada una de sus
incontables amigas, cuando aún eran novios.
¿Quién era ese veleta delirante que
se jugaba todo, o que lo ponía todo en garantía del primero que pasara, y vivía
perseguido por los acreedores? No era
para nada ese bohemio, ese adorable soñador de espíritu inocente y alma
generosa que le derritió el corazón con su falta de materialismo.
¿Quién era ese quasi mafioso (o
represor, o mercenario, o empresario corrupto, o contrabandista de armas, o
cualquier otra cosa parecida y/o PELIGROSA) con el que un buen día se descubrió
enredada? No era, por supuesto, ese hombre seguro de sí mismo, influyente y un
poquito misterioso, que no daba mayores "detalles" de su vida y
prefería no hablar de su "trabajo" para no aburrirla.
¿Quién era ese espectro callado,
casi mudo digamos, que pasaba semanas sin hacer oír su voz más que para decirle
"bue - si - no - ahá", y eso después de mirarlo con cara de asesina,
patearle los tobillos o servirle un café con pimienta y azufre rallado? No era,
¡no señor! ese hombre medido de palabras que solía hacer reflexiones inteligentes,
concisas y escuetas como telegrama de pésame.
Él no decía pavadas, como otros.
Si le hubiera prestado la debida atención, habría descubierto que en
realidad decir... no decía nada. Como
ahora.
¡Hay que revisar la mercadería!
Todos esos “sutiles defectitos” que no
reconocimos, con el paso del tiempo se transforman en fallas de fabricación que
convierten al “hombre más perfecto del mundo" en material de
descarte. Es cruel, pero es así. Yo no
sé si se agravan los defectos o es que una recupera la vista a medida que
pierde la pasión, o la paciencia.
¿Nunca le pasó que después de usar varias veces su jean favorito descubrió que tenía unas
puntadas saltadas? ¿Y que al seguir mirando, vio que le faltaba un remache en
un bolsillo? Cuando se lo compró no notó
nada, cree usted. ¿Lo revisó? ¿Lo miró
bien? ¿O sólo le importó que le formara
la cola?
Bueno, con un marido casi,
casi es lo mismo: el calce perfecto no es garantía de calidad, hay que fijarse
en la materia prima, sobre todo. Y las mujeres, la gran mayoría, acostumbramos
comprar cualquier porquería inútil que nos entre por los ojos, aunque cuando
lleguemos a casa no sepamos que hacer con ella.
No me malinterprete. Yo no
quise decir que un marido sea una porquería inútil. Aunque bueno, ahora que lo pienso... hay que
mantenerlo limpio, siempre anda estorbando o tirado en cualquier parte, y una
no sabe bien donde meterlo. No se puede
colgar en las paredes, no ilumina, no nos entretiene como el televisor ni sirve
para hablar como el teléfono, no lava y centrifuga, no refresca como un
ventilador ni perfuma la casa como un sahumerio. Pero decirle porquería inútil suena muy
agresivo, es demasiado fuerte. Pobre tipo. Dejémoslo en suspenso, por ahora.
Y no le achaquemos a la
incompatibilidad de caracteres nuestra poca capacidad comercial, intuitiva e
imaginativa para adquirir maridos, amantes, y hasta objetos sexuales, que los
hay tan lujosos como un Mercedes Benz, pero más caros.
Para estar más segura de que
no hay defectos graves, al próximo que enganche me lo hace perseguir
tres meses por INTERPOL, la DEA , el FBI,
y unos cuantos amigos y parientes disfrazados, por las dudas. No vaya a ser que mienta.
Cómo reconocer a los mentirosos
Desde el primer día de la relación,
desconfíe sanamente de los hombres que no hablan de sus cosas, no presentan a
sus amigos y no dan el teléfono de su lugar de trabajo, y de los que tienen
horarios y hábitos raros. Normalmente esconden algo, desde una mujer hasta lo
más terrible que pueda imaginarse.
La mentira, cuando una quiere
verla, tiene el tamaño de un elefante y el olor de un filet de merluza. Es
notoria, evidente y previsible. Preste mucha atención a los detalles, porque
cada mentiroso tiene su estilo. Tome nota:
L El enredado mezcla
mucha gente, muchas fechas, muchos detalles.
L El exagerado
convertirá una ida a comprar cigarrillos en la carrera París-Dakar, con
beduinos y todo.
L El amnésico no
sabe, no contesta, no se acuerda.
L El infantil se
pone colorado, mira el piso y dice mentiras estúpidas, ridículas o compulsivas.
Y algunos mezclan todos los
estilos, cuando lo consideran necesario: son los mentirosos patológicos. Pero con éstos es mucho más fácil: no hay
que creerles nada de lo que dicen. Nada,
nada de nada. Pruebe y después me
cuenta... cuánto tarda en volverse completamente loca. Porque los hombres NO SON todos iguales, como
dice su mamá: para peor, están los mentirosos patológicos.
Pero
aún sin llegar a tal extremo, si algún aspirante a marido intentara ocultarle
sólo algunas minucias (que ronca, por ejemplo; o que se desayuna con vodka, o
que es hijo único de padres añosos y achacados; pequeñeces, en fin), NO SE DEJE
MENTIR: dude, investigue, husmee y fisgonee en sus intimidades, bolsillos
incluidos. Y no le mienta usted, que es hoy la víctima de sus propios engaños y
autoengaños.
Mi marido, ¿es mío?
Lo de revisar bolsillos no está bien, no me
haga caso. Porque revisar bolsillos, más que con la desconfianza tiene que ver
con el deseo, o la necesidad, de poseer al otro.
Mi pareja no debe ocultarme nada. Debo tener
libre acceso a sus contraseñas, a contestarle el celular, a espiarle el chat.
Lo reconozcan públicamente o no, hay muchísimas personas que piensan así y
además, lo llevan a la práctica; en nombre de “lo nuestro”, se sienten con derecho
a enterarse de lo que el otro habla con la mamá, con el amigo del alma y con
los compañeros de trabajo.
A ver, razonemos juntos. Los zapatos que tengo
en el placard, son míos. Los compré con mi dinero, los uso yo, si quiero se los
presto a mis amigas, y ellos no pueden elegir, son míos y punto. Lo mismo pasa
con mi ropa, mis libros, mis muebles, mi casa, mi auto. Son posesiones
materiales, bienes de uso o como se los quiera llamar. Son cosas.
Pero los amigos, y la pareja, no son cosas,
son personas. Tienen una historia propia, tienen intereses propios que a veces
coinciden con los nuestros y a veces no, tienen amigos y parientes de toda la
vida, se relacionan con gente nueva que conocen en el trabajo, en la facultad,
en la calle.
Y
resulta que estamos tan acostumbrados a decir “mi marido”, “mi novio”, “mi
mujer”, que no nos ponemos a pensar qué significa esa posesión, hasta dónde
llega.
No
estoy hablando acá de relaciones light, en las que no tenemos derecho a exigir
nada porque no damos nada. Me refiero a las relaciones serias, donde se supone
que hay un compromiso mutuo y donde se supone, justamente en nombre de ese
compromiso, que ninguno de los dos tiene nada que ocultar y por lo tanto cada
uno puede tener acceso a todo lo del otro, incluidos el celular y el chat.
Se
supone que si uno pudiera tener acceso irrestricto a todo lo del otro,
probablemente no tendría curiosidad por enterarme de nada. Pero resulta que no
es tan así, y que ese beneficio a veces se termina usando para controlar al
otro hasta la asfixia.
Un consejito para cuando mis R.S., controladoras
o no, reincidan: si quieres a alguien,
déjalo libre; si vuelve, es tuyo.
Claro
que si vuelve borracho y oliendo a sexo después de una noche de juerga, o con
una tanga colgando de la oreja, o después de haberse desaparecido por una
semana entera sin previo aviso, una tiene todo el derecho del mundo de cerrarle
la puerta en las narices y mandarlo a la mierda.
CASO V
(Antes muerta que reconocerlo...)
Se cansó de ser “la otra”
No sólo las esposas y novias
se separan: las “otras” también, como lo estará comprobando en carne propia si
este es su caso.
Un buen día, se hartó de sus
regalos o de la falta de ellos, de su departamento con olor a sahumerio, de sus
mensajes en clave, de que la dejara plantada con la cena lista, el champagne
helado y las velas prendidas porque se había fracturado la clavícula uno de sus
hijos (los de él), o era el aniversario de bodas de los suegros.
Se hartó de escucharlo
quejarse de “la bruja”, de bailarle la danza de los siete velos, de bañarlo
como a un bebé, de ponerle talquito en sus partes pudendas y de verlo a
escondidas, entre cuatro paredes y huyéndole al sol como si fuera Drácula.
Se hartó de esperar un divorcio
que jamás llegará o una categórica viudez del susodicho, cosas que por momentos
bien hubiera querido provocar o ejecutar.
Sea por lo que sea, y aunque
"la otra" esté del otro lado de la historia de tantas R.S., ahora
usted, "la otra", también es R.S. Y sufre, sufre mucho, como toda
R.S.
Y como este es un libro
imparcial, voy a tratar de no discriminarla y prestarle a su caso la misma
atención que a los otros, y sentir por usted la misma compasión que por
cualquier otra R.S. ¿Vio qué noble que soy, qué piadosa, qué ecuánime? Si hasta
estoy asombrada de mí misma, imagínese, consolando a una "otra". Pero
Gra, quien te ha visto y quien te ve...
El mito de la “devoradora de hombres”
Prosigamos, antes de que me arrepienta y se me pase el efecto de
este ataque de nobleza y de imparcialidad.
Debido a que las
"otras" tienen muy mala fama, cualquier mujer común las imagina como
a unas tigresas en celo con medias de red, tacos aguja, un látigo en la mano
derecha y los genitales de un hombre ajeno en la izquierda.
Craso error. He estudiado de
cerca a muchas "otras", y conozco a unas cuantas bastante
íntimamente, y son pura espuma. Salvo alguna excepción, que las hay, no usan
tacos agujas ni medias de red ni se roban el hombre de nadie. La gran mayoría,
sufre. Porque es muy difícil ser feliz de a ratos, con un señor que viene un
par de horas, conversa unas palabras, come algo, le hace un par de mimos, le
desarma la cama, le deja todo el baño mojado y se va muy tranquilo a su casa, a
estar con su familia. Y ella, "la otra", sola, siempre sola... si
hasta yo me conmuevo y se me caen las lágrimas de sólo pensarlo, me imagino
usted, "otra", la cantidad de lágrimas rabiosas que habrá derramado
en todos estos años, pobrecita.
Pero un buen día se hartó, y
se dijo a sí misma algo así como:
"¿Pero éste que se cree, que lo voy a esperar toda la vida? ¡Que se
vaya al infierno y que lo viole el diablo! Mañana mismo voy a su oficina, le
tiro por la cabeza las llaves del auto y le armo un escándalo adelante de todos
y le digo que se meta en el culo las llaves, el auto, y el departamento. Mejor no, que se joda, no le devuelvo nada,
total él la jodió a su mujer regalándome esto, entonces yo lo jodo a él
quedándome con todo y chau, el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón..."
El fragor del discurso la
hace sentir EUFÓRICA, (estado de ánimo "a", ¿se acuerda?). Y hasta
puede ser que, durante cinco o diez minutos, se sienta ALIVIADA. ¡Finalmente, es dueña de su vida! Después de
tantos años sentada como un hongo al lado del teléfono, ahora puede salir,
puede ir al cine, a tomarse un café con sus amigas (si es que le queda alguna),
y hasta se puede hacer un viajecito a Cancún, a Europa o al pueblo vecino,
según sea el estado de su cuenta bancaria. Podrá conocer sola todos esos
lugares que alguna vez soñó conocer junto a él, ¿qué le parece? Podrá conocer sola
todos esos lugares a los que él jamás la hubiera llevado porque es un amarrete,
si cuando era su amante ni siquiera a tomar un helado la invitaba. Podrá hacer tantas cosas... y no se haga
problema por eso de estar sola, porque aunque usted no haya querido verlo,
cuando estaba enredada con ese caballero también estaba sola.
Pasada la euforia y extinguido el alivio, se
sentirá DESTRUÍDA y con ganas de morirse, y arriba, impotente como un nono sin
próstata. No pudo. No pudo. Algunas, con tal de poder, hacen cualquier cosa:
quedan embarazadas, intentan suicidarse, o se enfrentan con “la bruja” y le
proponen compartirlo. Pero la mayoría espera y nada más, y después de unos
años, a veces demasiados, agacha la cabeza y se dice a sí misma: no pude.
También se sentirá estafada, porque
seguramente él le decía que con su mujer no pasaba nada pero que no podía
separarse por los chicos, porque él era un hombre muy derecho. Los señores derechos, mi querida, no existen.
Debe haber uno o dos en todo el universo. Pero es cómodo, y hasta tonificante,
tener una familia oficial ante la sociedad para dar buena imagen, y una amante
escondida para pasarla bien cuando uno tiene ganas de hacer algo distinto.
Los señores tramposos, en cambio,
son plaga. Algunos vienen con el verso del incomprendido, del insatisfecho...
pero últimamente se ha puesto de moda ir de frente: "Yo en casa estoy muy bien, mi mujer es buena mina, lo mío con vos
es sexo y nada más; lo tomás o lo dejás...". Y "la otra" lo toma, casi siempre,
con la esperanza oculta de que él se enamore de ella, deje a la "buena
mina" y le proponga pasar juntos el resto de sus vidas.
El que a hierro mata, a hierro muere
A alguna por ahí se le da: él deja
a su esposa y se muda al nidito de amor clandestino, convirtiéndolo en su
domicilio oficial.
De ahí en más, a “la otra” devenida
en esposa o concubina (da lo mismo) se le acabará la paz, y vivirá desconfiando
hasta de su propia sombra por los siglos de los siglos:
Si su amado no es rico, ni tiene un
buen empleo, ahora ella deberá trabajar el doble que antes para mantener la
casa, porque el sueldo de él irá enterito a la cuota alimentaria.
Se debatirá entre adoptar a los
hijos de él o tratar de que nunca más
los vea.
Se desquitará de los años de
ostracismo haciéndose llamar SEÑORA por todo el mundo.
Tratará de manejar el dinero del
tramposo atrapado, dejará de hacerle masajes, empezará a dolerle la cabeza...
Ya no será "la otra", sino que se
convertirá en algo peor: ¡"la bruja"!
Y un buen día, como
corresponde, y si es que Dios castiga y no con palos, le birlarán el marido
usando sus mismas armas y también será R.S. Y ni se le ocurra pensar que le
digo todo esto de puro rencorosa, o que aún estoy sangrando por la herida,
porque ahí nomás se me acaba la imparcialidad, borro este caso suyo de MI
libro, y chau "la otra". Pero como se atreve, yo, justamente yo,
sangrando por la herida...
CASO VI
(Dedicado
a mi hija y sus amigas)
¡Dejáme
respirar!
Hay relaciones que se mueren
por asfixia de uno o ambos miembros de la pareja. En el caso de la asfixia
femenina, esto le suele suceder principalmente a las más jóvenes, que después
de algunos años de noviazgo o convivencia descubren que han dejado de hacer
muchísimas cosas que antes hacían o que quisieran hacer: viajar, estudiar,
salir a bailar con las amigas, o simplemente vivir solas.
Las chicas de hoy,
comparadas con sus madres, son mucho más autosuficientes y liberales, y esto
hace que una de dos: o no las conforme nadie, o se enganchen con alguien que no
está a su altura, no las entiende, no las valora o no las merece.
Es que es muy difícil
seguirles el tren a estas mujercitas: hoy están acá, mañana en Madrid haciendo
un post grado, pasado en el Caribe de vacaciones con las amigas, el mes que
viene en Machu Pichu con los compañeros de la facultad... como diría mi abuela,
tienen hormigas en el culo, y para el varón común no es nada sencillo adaptarse
a ellas:
Son
independientes, pero quieren un hombre que las mime y las proteja.
Son
inconstantes, pero quieren parejas fieles.
Viven
acá y ahora, pero necesitan un hombre que tenga futuro.
Quieren
hijos, pero después de haber disfrutado su juventud... que se estira casi hasta
los cuarenta.
Se
quejan de que ellos no dialogan (¡la eterna queja femenina!) pero ellas no se
quedan atrás: son puro chat, mensaje de texto o wasap, y el cara a cara ya casi
no existe.
Entonces, un buen día la
señorita se despierta y ¡oh sorpresa!, el novio no le va, le quita el aire, la
atosiga. De estar atento a sus necesidades pasó a ser un pesado que no la deja
en paz, que la cela todo el tiempo. De ser un espíritu sensible y un alma
desinteresada, pasó a ser un boludo sin un objetivo en la vida. De ser un loco
lindo, pasó a ser un inconsciente; el que antes era un artista, ahora es un
delirante, y el tipo trabajador se convirtió en un adicto al trabajo que ni las
mira.
A nosotras, sus madres, nos
pasó exactamente lo mismo... pero nos quedamos igual, porque no nos parecían
causas lo bastante graves como para terminar una pareja. Pero a ellas sí, y lo
hacen. Y hacen bien.
Las chicas de hoy descubren desde temprano lo
que a nosotras nos llevó toda la vida entender: que no cualquier compañía destierra
la soledad, y que a veces no hay mejor compañía que uno mismo. Cuando se
enamoran son buenas compañeras y están dispuestas a ponerle el hombro a su
pareja, a mantener la casa hasta que él se reciba o consiga un buen trabajo, a
insuflarle entusiasmo y levantarle la autoestima. Pero cuando el rol de madre
sacrificada amenaza convertirse en vitalicio, arman la valija, se despiden más
o menos cordialmente y parten en busca de nuevos horizontes con el caniche toy
bajo un brazo y el gato en la mochila.
Sea
que se sientan eufóricas, aliviadas o deprimidas, sus estados de ánimo duran lo
que un suspiro: ni bien se produce la separación, un verdadero ejército de
amigas se pone en marcha para distraerlas, felicitarlas y ayudarlas a olvidar.
Se inicia así una vertiginosa gira diurna y nocturna que incluye salir todas
juntas de shopping, ir a tomar algo, planificar un viaje, anotarse en el
gimnasio, darse una vueltita por la peluquería y recorrer discotecas, pubs,
recitales y cuanto lugar pueda servir para escuchar música, divertirse y/o
conocer hombres. Lo más probable es que haya excesos, porque cerveza va,
tequila viene, todas ahogarán sus penas a coro con la R.S ., y si ninguna se desmaya
en el camino terminarán cantando boleros al amanecer sentadas en una plaza y
llorando a moco tendido.
Pasada
la etapa de ahogar las penas, viene la de tomar conciencia de que hay cuentas
pendientes. Si tiene más de treinta, tal vez comience a fantasear con la idea de
tener hijos... justo ahora, que ya no tiene con quién. O pensará en retomar los
estudios truncos. O se sentirá gorda y querrá hacerse una lipoescultura láser,
o se verá chata y querrá ponerse busto.
Otra vez las amigas la apoyarán en
todo lo que decida, y la ayudarán a buscar presupuestos acordes a sus ingresos.
Entre tantas idas y venidas, el dolor por la separación quedará totalmente
superado y para cuando llegue el próximo candidato, las encontrará espléndidas,
más independientes que antes y con muy pocas ganas de renunciar a su libertad.
¡Y todo volverá a empezar!
Hay muchos casos más:
Las casadas
jovencitas y de apuro. Lo que empieza mal, casi siempre termina mal.
Las que
tratan de redimir bebedores, jugadores o mujeriegos empedernidos y terminan
bebiendo, jugando o matando a alguien.
Las que se
enganchan con un hombre treinta años más joven o más viejo, y al poco tiempo
caen en el abismo generacional.
Las que
creyeron que "contigo pan y cebolla", sin saber que el pan hincha y
la cebolla produce flatulencia.
Y tantas otras pobres
inocentes, condenadas sin remedio al más absoluto fracaso. Lo cual significa que ahora son R.S y tienen
que asumirlo.
Y el primer paso para asumir
algo, en este caso una separación es... tiemble, grite, suplique o
patalee...
¡ LA AU-TO -CRÍ-TI-CA !
Super divertido.!
ResponderEliminarGracias, me alegra que te haya gustado!!!
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