(Fragmento de "Manual de instrucciones para recién separadas")
Los hombres sufren. Póngase en el lugar de
ellos y dígame cómo se sentiría usted si de un día para el otro llegara a una
casa donde ya no la reciben sus hijos, y no pudiera ir a darles el beso de las
buenas noches antes de irse a dormir, y no pudiera compartir con ellos el
desayuno, el almuerzo, la cena. Eso les pasa a los hombres cuando se separan: dejan de estar donde los
chicos viven y crecen, donde hacen las tareas de la escuela todos los días,
donde juegan con sus amigos, donde miran televisión. Un padre que ame a sus
hijos no puede menos que desesperarse al darse cuenta de todo lo que se pierde,
y al comprender que de ahora en más sólo participará en su educación unas pocas
horas a la semana. Si yo fuera hombre, no lo soportaría.
El hombre queda supeditado a lo que su ex mujer quiera sembrar en
sus hijos, y convengamos que en algunos casos la maldad (o estupidez) femeninas
no tienen límite. Ella está con los chicos todos los días, a toda hora,
alimentando o envenenando sus corazones; él sólo tiene, con suerte, el fin de
semana para seguir conociéndolos, para hacerles ver que tienen un padre. Es una
tarea ardua, por lo que muchos terminan desanimándose y viendo a sus hijos cada
vez menos.
El abandono masculino de la prole no siempre se da por desamor, a
veces es consecuencia de la impotencia o la culpa que sienten al no poder
ajustarse a su nuevo rol de “papá cama afuera”. Esto se da principalmente cuando
la separación es conflictiva y su ex mujer se muestra intransigente, o les
mezquina los hijos, o los utiliza como botín de guerra, o los pone en contra de
su papá.
No es un invento mío. Me lo han confesado unos cuantos hombres:
prefieren sufrir por no ver a sus hijos, antes que sufrir por verlos poco y
mal. Es una solución extrema, inmadura, dolorosa para todos y muy, muy
discutible, pero es lo que sienten. Si a esto le sumamos que los modelos de
paternidad y de pareja han cambiado mucho en los últimos tiempos, y que hay
hombres que no han sabido adaptarse, no es de extrañar que terminen haciendo lo
que no deben.
¿Y a mí qué me importa?, me dirá usted. ¡No quiere a
sus hijos, por eso no viene a buscarlos!
¿Y si no fuera así? ¿Y si los quiere, pero no sabe qué hacer estando
solo con ellos, no sabe cómo demostrarles su cariño? Si le ha tocado un ex que
no se ocupa de los chicos, trate de hablar con él y preguntarle qué le pasa.
Pero bien, como si en lugar de su ex fuera su hermano. Y si lo tiene que
ayudar, ayúdelo. Si no lo quiere hacer por él, hágalo por sus hijos, pero
busque la manera de que ese hombre QUE ESTÁ EN CRISIS (no olvide ese detalle)
pueda reencauzar su paternidad.
Las mujeres hablamos de nuestras cosas con las amigas, madres,
hermanas, compañeras de trabajo y con cuanta oreja se nos cruce; los hombres generalmente
no, ellos hablan de fútbol, del trabajo, de política, pero no de sus
sentimientos, y eso en lugar de hacerlos más fuertes los vuelve más
vulnerables.
Todavía quedan hombres que conocen una sola forma de demostrar su
amor por su familia: trabajar duro para que no les falte nada. El dinero, y
todo lo que se puede comprar con él (un buen colegio, medicina prepaga,
vacaciones, etc.) se convierte en la mayor preocupación, y el resto queda para
después. Estos hombres suelen tener serios problemas cuando se separan, porque
casi nunca entienden que su ex esposa, o sus hijos, les echen en cara la falta
de diálogo o el poco tiempo que les dedicó mientras estaban juntos. El hombre
proveedor, ejemplar masculino casi en extinción entre las nuevas generaciones,
de verdad no consigue ver en qué falló: ¡Si les dio todo! ¡Si se desvivía por
su familia! Y se siente muy solo, incomprendido, y víctima de una terrible
injusticia.
Sufren, los hombres. Hasta el que se fue con otra sufre, si tiene
hijos. Porque salvo el que se sacó la lotería encontrando una mujer
comprensiva, que no se entrometa y que quiera a sus chicos, el resto debe
padecer las zancadillas, caprichos y maldades de “la nueva”, que en muchos
casos nada tiene que envidiarle a la madrastra de Cenicienta.
Pobre tipo.
Él está convencido de que su
flamante novia es la mar de dulzura porque le limpió los mocos al nene, y ella
no ve la hora de que devuelva el monstruito inmundo para que la lleve al cine.
Él se enternece viendo como
ella le lee un cuento al más chiquito, y ella se saltea un renglón porque está
pensando cómo darle un somnífero para que se duerma de una buena vez.
Él piensa que encontró una
segunda madre para sus hijos, y ella no ve la hora de tener sus propios hijos
para desbancar a los de él.
Así somos de cínicas a veces, las mujeres...
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